sábado, 6 de octubre de 2012

Sonríen


Él lee el periódico distraído, sentado en el sofá ignora totalmente a las tres figuras desnudas que hay en la sala. Las dos mujeres están sobre una alfombra besándose, se comen las bocas sonriendo con lujuria mientras sus manos pellizcan, acarician, penetran. Están excitadas, saben que no pueden correrse y eso hace que se humedezcan aún más. El sentirse ignoradas hace también que su mente se acelere y que se concentren cada vez más en darse placer. 
El sumiso está de pie, con sus manos en la espalda. Es un hombre alto y delgado, sin vello, perfectamente depilado. Su sexo está duro y su cuerpo erguido como una estatua que espera una orden.
El Señor acaba las últimas páginas del periódico, lo dobla y mira a las mujeres. Es el único que está perfectamente vestido con un traje de color negro. Después mira para el sumiso y le ordena que se acerque, le sopesa los testículos depilados con su mano mientras le pregunta porqué está excitado. Sabe perfectamente que el sumiso es heterosexual, pero sobre todo que le excita la entrega y la sumisión. Eso le divierte, le da un profundo placer jugar con sus mentes. Entonces le ordena que se ponga de rodillas, se recuesta en el sofá mirando para las dos sumisas y le dice que desabroche sus pantalones y que use su boca para ponerle la polla tan dura como una piedra. Quiero usar a esas perras, le dice, y tu vas a conseguir que mi polla esté bien dura.
A él no le ponen los hombres, pero siempre un especial placer en ver al sumiso humillado, entregado, avergonzado y sometido. Obtiene en ese momento el placer mas de disfrutar del Dominio que de notar la boca del sumiso. Las mujeres se tocan pero no pueden quitar la vista de la imagen del sumiso lamiendo y chupando y las dos desean ser ellas las que notan como la polla de su Dueño se pone dura dentro de la boca. Cada vez están más excitadas. Saben lo que va a suceder. Él mandará retirarse a una esquina al sumiso, hará que se siente sobre sus talones, con las manos en la espalda y la cabeza baja, avergonzado y excitado y después les ordenará a ellas que se pongan una al lado de la otra, a cuatro patas con los pechos apoyados en la alfombra y sus nalgas levantadas hacía el, ofreciéndose para que las use como quiera.
La dos saben que entonces el las follará sin contemplaciones, pasando de ellas, haciendo que se sientan nada más que dos coños y dos culos abiertos y excitados. No lo pueden evitar, las dos sonríen mientras se mordisquean los labios. Solo de pensarlo notan como se encharcan cada vez más.

lunes, 23 de julio de 2012

V Capítulo de Caminos de sumisión


Los días pasaron haciéndose más largos y calurosos. El señor seguía con su particular juego de ajedrez con Alba; le dejaba tiempo para curiosear entre las cartas y advertía como su mirada se hacía, poco a poco, diferente.
Alba estaba caliente todo el día. En las cartas Clara no se corría y estaba como una perra en celo, que deseaba ser usada, que se moría de ganas de correrse y, al mismo tiempo, deseaba no hacerlo. Eso hizo que Alba desarrollase un extraño juego íntimo que nació de esa decisión que había tomado entre las sábanas de su cama. Era juego y a la vez era complicidad, una complicidad entre ella y una mujer que no conocía, entre su día a día y algo que había sucedido tiempo atrás.
Algunas veces Alba dejaba que ese juego la arrastrara más allá de los límites de su dormitorio y decidía no llevar bragas bajo el uniforme. Durante el día estaba tan absorta en sus tareas que se le olvidaba, pero siempre había un momento en que se acordaba de su desnudez, y entonces sentía cómo se mojaba su coño desnudo. Si eso sucedía en presencia del señor, no podía evitar preguntarse si él lo sabía, concretamente se preguntaba si él podía oler su sexo, y una parte de ella deseaba que, de repente y sin venir a cuento, él hiciera un gesto y la tomase, en cualquier parte de la casa, sin miramientos, que la hiciese suya, aunque esa expresión ya no significara lo mismo que antes de encontrar esas viejas cartas en el desván.
A principios de verano él le dijo que se ausentaría unos días y que si necesitaba algo podía llamarle por teléfono, pero que lo hiciera únicamente si era necesario.
Los días sin él en casa se le hicieron largos. Primero pensó que estaría bien poder descansar unos días, pero después echó en falta los pequeños e inocente rituales, el llevarle el café al porche al final de la tarde, el estar atenta a si necesitaba algo, e, incluso, el escuchar su voz.
Aprovechó su ausencia para leer las cartas en el salón, debajo de un árbol en el jardín, en la tumbona al lado de la piscina. Muchas veces se preparaba algo de beber y se acomodaba en cualquier parte de la casa para leer tranquila, pero al final siempre acababa en la habitación que más le recordaba al lugar que describían las cartas.
En las cartas Clara avanzaba en su sumisión, era usada para el placer de su Dueño y no se corría. Alba tampoco tenía placer. Jugaba a estar a punto de correrse y después cerraba los ojos, intentaba controlarse e imaginaba que él estaba a su lado, que la miraba y podía escuchar su respiración entrecortada.
Imaginó muchas cosas. Lo imaginó delante de ella, de pie, desnudo. Imaginó su boca acercándose a su polla, imaginó cómo crecía y se ponía dura dentro de su boca, imaginó cómo se la chupaba mientras él la movía lentamente y se follaba ese coño dotado de lengua. Y lo mejor, imaginó que él la acariciaba al mismo tiempo suavemente y le daba un azote de vez en cuando, con la fusta o con un gato, en su culo y su espalda, un azote que le decía que le pertenecía y que hacía que su coño se encharcase aún más.
Pero también imaginaba que la acariciaba con ternura y tiraba de ella, que la llevaba hasta la cama y la ataba después, boca arriba, y la mimaba y la acariciaba, hablándole suavemente al oído, haciendo que su cuerpo y su mente se abriesen aún más para él, y que después la follaba, muy, muy adentro.
Todas estas imágenes hacían que estuviese caliente todo el día. Iba siempre sin ropa interior y notaba el roce de la ropa en su piel. Algunas veces se ponía desnuda, de rodillas, sentada en los talones sobre la alfombra de la sala, con las manos en la espalda, como había leído tantas veces que se ponía Clara, y se quedaba así, sintiéndose un poco ridícula pero sintiéndose también muy excitada.
Imaginó que en vez de llamar a la puerta del señor para despertarlo, entraba en la habitación y lamía su cuerpo hasta que él se desperezaba y entonces él le ordenaba que chupase su polla hasta correrse dentro de su boca.
Y se imaginó, también, desnuda en el jardín, con un collar en su cuello unido por una correa a la mano de su Dueño, que había decidido llevarla de paseo. Hasta llegó a probarse alguno de los collares de los mastines, que eran su única compañía esos días y, aunque le quedaban grandes, le gustó verse así en el espejo.
Pensaba que estaba loca, que se estaba montando una película en la cabeza, que no era normal sentir esas cosas, que ella, precisamente ella, que nunca había aguantado que la mangoneasen, no podía anhelar de esa forma tan intensa ser un cuerpo entregado, un animal caliente y excitado, para ser usado como aquel hombre quisiera. Pero al final siempre podía más la excitación que la vergüenza, el deseo que el miedo, la alegría de vivir que pensar en esas cosas y en la humillación de imaginarse en esas situaciones.
Y sí, el mismo día que iba a llegar el señor probó por primera vez las pinzas de la ropa. Había leído como el señor jugaba a menudo con Clara y le pinzaba los pechos, los labios de su coño, su lengua, su clítoris. Y ella hizo lo mismo y sintió un profundo dolor al principio que se convirtió en excitación cuando notó como su coño se humedecía. “En qué me estoy convirtiendo”, pensó asombrada, pero fue un pensamiento fugaz y se dejó llevar por el placer de masturbarse mientras las pinzas apretaban sus pezones.
Al atardecer sintió como los mastines se desperezaban y comenzaban a gemir. Ellos escuchaban el motor del coche mucho antes de que hiciese todas las curvas que había antes de la casa. Ella abrió el portón al ver llegar el coche, y después de que este entrase volvió a cerrarlo.
Cuando se acercó al coche vio que el Señor no venía solo. Con él salió del coche una mujer de unos cuarenta años, pelirroja, vestida con un vestido corto, a medio muslo, que se abría por delante. Llevaba unas sandalias de tacón bajo que se unían con cintas a sus tobillos y a sus piernas.
—Buenas tardes, Alba, espero que no se haya aburrido mucho estos días.
—No, señor, tenía mucho que hacer en el jardín, así que he estado muy ocupada.
—Veo que se ha puesto morena, espero que haya aprovechado la piscina.
—Lo he hecho, señor, muchas gracias por ofrecérmela.
—Vaya, parece que de repente me he vuelto maleducado, esta es Rosa, una vieja amiga que pasará esta noche con nosotros.
Al escuchar ese nombre Alba se estremeció. Rosa. Tenía que ser la mujer pelirroja del relato con Clara. Las figuras de las cartas se hacían realidad.
—Buenas tardes, Señora, permita que la ayude con la maleta.
—No hace falta Alba, yo llevaré la maleta de Rosa, pero puedes ayudarla con el cello, ella no se separa de él ni un minuto pero seguro que agradecerá su ayuda.
Alba se acercó al coche para ayudar a Rosa. Cuando estaba cerca de ella, Rosa se aproximó mucho a su cuerpo. Las dos pudieron notar el calor de la otra.
—Veo que lo que me dijo es verdad,  y que eres una chica preciosa...
—Gracias, señora —Dijo Alba ruborizándose al pensar que él la consideraba guapa.
Ayudó a Rosa con el cello. Rosa parecía conocer perfectamente la casa.
—Lo dejaremos en la sala pequeña, esta noche daré un pequeño concierto privado después de cenar —dijo guiñándole el ojo de forma pícara.
Alba no supo qué pensar pero sonrió, aquella mujer derrochaba simpatía. De todas formas, mientras se retiraba para prepararles la cena fría que habían pedido, le dio muchas vueltas a lo que había querido decir con lo de un concierto privado y a lo que podría significar aquel guiño.
Sirvió la cena en el porche. El señor llegó primero, vestido con un traje de lino, sin corbata. Le sirvió una copa y él esperó hasta que llegó Rosa, vestida con un traje de noche negro con un gran escote en la espalda que llegaba casi hasta las nalgas y unos zapatos de tacón alto. Después de los postres Alba sirvió el café y preguntó si deseaban algo más.
—No, Alba, puede retirarse, ya ha trabajado suficiente por hoy.
Ella esperaba poder estar más tiempo cerca de ellos, estar cerca de aquellas historias que leía, poder vivir todo aquello que se había metido tan dentro de su cabeza. Se retiró a su cuarto y se sentó en el sofá que estaba delante de la televisión.
Era una habitación grande, casi un pequeño apartamento. En la entrada había una sala independiente con un sofá, una pequeña mesa y una televisión grande y plana. Separado por una pared de esa sala estaba el dormitorio con unas ventanas grandes al fondo que daban al jardín y una puerta a la derecha que daba a un cuarto de baño en el que había una bañera grande y redonda.
En la televisión echaban una vieja película en blanco y negro de los años cuarenta. En otro momento la habría mirado con atención pero esa noche lo que deseaba era ver qué sucedía en el piso de abajo.
Entonces escuchó como el sonido del cello rasgó el silencio de la noche y penetró, gimiendo y llorando, entre las piedras de los muros de la casa, hasta envolverla en aquella música que la atraía hacia la puerta.
Salió del cuarto, vestida apenas con una camiseta larga y unas bragas e intentó no hacer ruido al caminar por el pasillo. Abrió muy despacio la puerta de la habitación que estaba encima del salón. El suelo de esa zona era de tablones de madera que asentaban sobre las vigas de roble que aguantaban el techo de la sala. Era una sala que no se solía usar y que solo tenía una cama, una cómoda, un armario y un viejo mueble con una palangana y una jofaina.
Un día, al limpiar ese cuarto, se había dado cuenta de que había un par de puntos en los que los tablones no ajustaban perfectamente, y que desde allí se podía ver la mayor parte de la sala que estaba debajo.
El día que lo descubrió, el Señor leía un libro viejo y grande, con páginas de pergamino, sentado en el sillón delante de la chimenea y ella estuvo un rato intentando ver mejor ese libro. Al cabo de un rato vio como él lo guardaba en un viejo armario que debía tener más de doscientos años y que siempre estaba cerrado. Sólo él tenía la llave de aquel armario.
No encendió la luz de la habitación al entrar. En el suelo, en la esquina, se veía como subía la luz de la sala por una rendija. Ella gateó hacía esa pequeña mirilla, despacio, intentando repartir todo el peso de su cuerpo para no hacer crujir la madera.
El agujero estaba al final del cuarto, antes de una alfombra situada debajo de la ventana. Se colocó en esa alfombra, con el culo levantado y la cabeza bien pegada a la madera. Justo en ese momento paró la música y ella se quedó paralizada pensando que igual había hecho algún ruido. Su corazón  se aceleró más al ver la escena que tenía debajo. Podía ver los cuerpos en diagonal. El señor estaba sentado en el sillón, con un batín de seda abierto que dejaba ver su cuerpo desnudo, su polla dura y tensa que acariciaba lentamente mientras miraba a Rosa.
Ella estaba desnuda delante de él, sentada en una silla, con las piernas bien abiertas. Su mano derecha sostenía el cello, ligeramente apartado de su cuerpo, para que él pudiese verla a placer. Su mano izquierda estaba colocada con la palma hacia arriba encima de su muslo izquierdo. En sus pezones había dos joyas con una forma geométrica, pero no se podía ver si se aguantaban con unas pinzas o si los pezones estaban perforados como los lóbulos de una oreja.
Su pubis estaba completamente rasurado y se podía ver que entre ella y la silla había un vibrador grande y ancho que se clavaba hasta muy adentro de su coño.
Pudo ver como él hizo otro gesto y ella empezó a tocar de nuevo una música que penetraba en las paredes y hacía vibrar los tablones sobre los que reposaba su cara. Alba metió su mano dentro de las bragas y se empezó a tocar, mientras veía los movimientos del brazo de Rosa y observaba como el señor se masturbaba y sonreía mientras miraba a la joven o cerraba los ojos y escuchaba la música.
Más adelante descubriría que se trataba de la suite número dos para cello de Johann Sebastian Bach. En aquel momento para ella era sólo una música que se confundía con el placer y la excitación que sentía mientras sus dedos jugaban con su clítoris o penetraban su coño al ritmo contagiante de la música que daba vueltas dentro de la sala.
Cuando sonaron los últimos compases Alba tuvo que hacer un esfuerzo para no gemir y descubrir su posición. Estaba a punto de estallar e intentaba controlar su respiración mientras notaba el sudor que resbalaba por su piel.
Él se levantó del sillón, su batín abierto dejaba ver su polla enhiesta y brillante. Se acercó a Rosa y acarició su rostro con la punta de los dedos. Cuando estuvieron cerca de su boca ella los lamió y los besó, mostrándole el respeto y el deseo que sentía en esos momentos.
Él retiró el cello, lo dejó en un soporte a su lado e hizo que ella se incorporase y gimiese al notar como ese vibrador parecía negarse a salir de ese coño encharcado que llenaba completamente.
Él hizo que ella se pusiese de rodillas delante de la silla, dándole la espalda, y acarició su nuca mientras la empujaba hacia delante
—Lame y chupa la polla de la silla, Rosa, y déjala bien limpia.
Ella empezó a lamer y a chupar mientras él, de rodillas detrás de ella, la agarró por las caderas, la penetró de golpe y comenzó a follarla con fuerza.
Fue entonces cuando Alba pudo ver el final de la espalda de Rosa. Al principio de la nalga derecha, por la tarde oculta por el vestido, había una marca en forma de letra de algún alfabeto para ella desconocido. Rosa no hablaba, lamía y chupaba y respiraba profundamente, mientras sentía aquella polla que quemaba en su coño. Alba se masturbaba lentamente e intentaba aguantar y no correrse. De hecho, tuvo que parar y disfrutar apenas de mirar, de notar su coño hinchado y abierto y de imaginar que era a ella a la que follaba el señor. En ese momento levantó aún más el culo en pompa, como si él estuviese detrás y pudiese ver cómo se lo ofrecía.
Él se corrió dentro de Rosa y se quedó un buen rato con la polla dentro de aquel coño palpitante. Después le dio la vuelta y la besó. Se incorporó entonces y tiró de ella para que hiciera lo mismo, pero ella se abalanzó sobre su polla y empezó a lamerla y a limpiarla con devoción. Él sonrió por el detalle espontáneo de Rosa y la dejó hacer, mientras él acariciaba los rojos rizos de su pelo.
La mirada del señor estaba perdida en el fondo de la sala. Por un momento Alba pensó que la había visto. Nunca llegaría a saber si él sabía que ella estaba en la sala de arriba, y en ese momento tampoco le dio mucho tiempo a pensarlo porque al instante él levanto del suelo a Rosa, le acarició las nalgas y le dijo que era hora de usarla en la cama.
Alba se apresuró a salir de la habitación y a llegar a su cuarto. La habitación de él estaba en el otro extremo del pasillo, pero tenía miedo de que pudiese descubrirla al subir la escalera.
Ya en su cuarto, Alba intentó asimilar lo que había visto. Entonces empezó a oír gemidos y azotes amortiguados por el espesor de las paredes, y se volvió a masturbar con desesperación mientras deseaba ser ella la follada, y sin poder evitarlo, se corrió de una forma inesperada, larga y salvaje, que la dejó desmadejada en la cama.

martes, 12 de junio de 2012

Doble placer


 
Las dos se enlazan, se muestran, no juegan para ellas, son juguetes, juegan para él, se exhiben, disfrutan de su placer. Ha pasado el tiempo de la humillación o de la vergüenza, mientras se intentan lamer, mientras se tocan, le escuchan hablar y sus palabras penetran en su mente y las excitan aún más. Les dice que no le pongan como escusa, les dice que sabe el placer que les da darle placer, pero que las conoce mejor que ellas se conocen, que son dos perras en celo y que les calienta exhibirse y tocarse.

—Quiero veros a punto de correros. Quiero sacaros a pasear y que tiréis del carro completamente empapadas.

Las dos sonríen y se tocan. Saben que después del ejercicio las bañará y tomará posesión de su cuerpo.


viernes, 8 de junio de 2012

Mobiliario



Abro la puerta. Ella viene a recibirme como cualquier otro día. Me besa, me pregunta que tal ha ido, entramos en casa. En el salón veo a esa mujer, de rodillas, con sus manos en sus nalgas, desnuda, con su cabeza tocando el suelo. La ignoro. Sigo hablando con mi perrita, contándole como ha ido la tarde, como si esa mujer postrada fuese parte del mobiliario, como si fuese lo más normal del mundo ver como lentamente abre sus nalgas con las manos hasta ofrecer silenciosa su cuerpo. No tengo prisa, tiene que entender qué es y cuál es su posición. Mi cabeza da vueltas a las posibilidades, va a ser una tarde interesante.

martes, 5 de junio de 2012

Más que una imagen



Atada, abierta, indefensa, entregada a mi voluntad, ella espera. Como un ritual coloco todo sin prisas. La espuma de afeitar enjabona su piel. En su clítoris una pinza aprieta y exige. Después rasuro lentamente cada rincón. Quiero su sexo perfectamente depilado y me gusta hacerlo yo mismo mientras le hablo. Después limpio su piel y le pongo aceite hidratante. Mis dedos juegan dentro de su coño empapado y excitado. Tiro varias veces de la pinza, ella gime. La quito y ella contiene un grito. Mis dedos masajean la piel antes cautiva hasta hacer que ella esté a punto de correrse. Me separo de su cuerpo, la contemplo en la distancia, su vientre se mueve con ligeros espasmos y su respiración es profunda. Su sexo está ahora como yo quería. Le hago una foto, me apetece jugar con esa imagen y convertirla en un cuadro indecente que haga que ella se ruborice al pasar delante de él y recordarlo.
Es solo una imagen, es más que una imagen.

sábado, 2 de junio de 2012

Pequeño adelanto

Poco a poco la historia de Caminos de sumisión crece, en mi mente aparecen las imágenes y la estructura de la continuación de esa historia y quiero ir compartiendo pequeños detalles con vosotros, sin pulir, sin corregir, tal y como van naciendo. Espero que os agraden.

El sol acariciaba su piel desnuda. La joven esperaba en el patio a que se secase su piel. Sus ojos estaban vendados y llevaba unos tapones en los oídos por lo que su aislamiento era total. Se encontraba en la misma posición en la que alba la había dejado, a cuatro patas y desnuda. No sabría decir cuanto tiempo había pasado desde que la había dejado sola, pero las gotas de agua que recorrían su cuerpo ya se habían secado y su pelo estaba también prácticamente seco. Su sexo, por contra, estaba completamente empapado. Podía notarlo, podía sentir la humedad con la ligera brisa que acariciaba su sexo recién rasurado. El Señor le había ordenado a alba que la limpiase como a una perra y la dejase después secarse al sol antes de dejarla entrar en la casa.
Ella se había dejado hacer. La mujer la había despojado del vestido y la había lavado en la misma posición que se encontraba ahora. Había notado las manos de alba enjabonando su piel, pellizcando sus pezones, penetrando en su sexo y en su culo. Se había excitado por el contacto pero también por la humillación que sentía, callada y obediente, mientras notaba el agua tibia de la manguera, calentada por el sol, que enjaguaba su cuerpo. De su boca solo salió un gemido leve cuando alba tiro con sus dedos del vello que había en los labios de su sexo.

No creo que al Señor le guste esto —le dijo.

Después vino el silencio y al cabo de un rato la sensación casi olvidada de unas manos recortando el vello con una tijera y luego de los dedos de alba que esparcían espuma de afeitar y acariciaban de vez en cuando su clítoris ansioso y vibrante. Su respiración se hizo cada vez más profunda al notar la cuchilla que afeitaba su piel, despacio, sin prisas, realizando una obra perfecta, hasta eliminar el más mínimo vello. 

Ahora sí, esto está mucho mejor —escuchó.

La mano de alba limpió los restos de espuma con agua fresca y acarició después los labios y el pubis de clara, dando pequeñas palmadas.

Tu piel se va a secar al sol, pero veo que tu sexo es imposible de secar, al Señor le va a gustar saberlo.

Después de pronunciar estas palabras alba le colocó unos tapones en los oídos y le vendó los ojos. Casi al instante hizo que la mujer se incorporase de rodillas, le colocó su mano en la nuca, tiró de su cabello hacia atrás y la besó profundamente, jugando con la lengua de clara que respondió al beso humillada y entregada.
Luego hizo que volviese a su posición, las gotas de agua se secaron al sol casi al mismo tiempo que su sexo se empapaba y los minutos pasaron lentamente, aislada, sin saber si la contemplaban o si estaba sola. Nada de eso importaba, solo sabía que había vuelto a aquella casa, nada de eso importaba, las cosas volvían a ser como nunca tendrían que haber dejado de ser.

jueves, 31 de mayo de 2012

Su piel



Puedo verla desde el sillón mientras disfruto, relajado, de una copa de licor. En mis muslos reposa la fusta que acaba de romper el silencio rasgando el aire y restallando en sus nalgas. En mi mente gozo del recuerdo cercano del sonido del cuero y de los gemidos después de cada azote
Sé que está empapada, sé que espera ansiosa que nuevamente tome posesión de su cuerpo, que la use para mi placer, como tiene que ser. Y sé también el placer que esa sensación de entrega y de sentirse mía le produce.
Disfruto de los azotes dados, de ver su piel marcada y llena de color y disfruto aún más de hacerla esperar, mientras me deleito en las posibilidades.

lunes, 21 de mayo de 2012

Esas miradas



Estamos comiendo, charlamos, reímos, hablamos del mundo, disfrutamos de un buen vino y de la luz de la primavera. Podríamos ser cualquier pareja del mundo pero ella tiene sus pezones atados debajo de su blusa. Los siente mientras habla y los olvida, los olvida mientras habla y después un ligero movimiento hace que sea consciente de ellos. Después tendré que hacerle una foto a esos pezones atados, pero lo que en realidad me gustaría sería captar lo que veo en su cara mientras hablamos y comemos. 
Son tantas sensaciones que serían difíciles de explicar con palabras pero, no es necesario explicarlo, los dos sabemos lo que queremos decir con esas miradas.

domingo, 20 de mayo de 2012

IV capítulo de Caminos de sumisión

Buenas tardes
Con el cuarto capítulo de Caminos de sumisión, que ahora os presento, creo que ya podréis tener una imagen del libro y ver si os interesa adquirirlo. Espero que lo disfrutéis.
 
IV

En el salón, de noche, acompañado por el crepitar de las brasas en la chimenea, pasa lentamente las hojas de un libro. Alba duerme, o quizás se entrega a otras pasiones, prisionera entre las sábanas de su cama. El manuscrito que reposa en sus piernas es grande, encuadernado en cuero y repujado por artesanos increíblemente hábiles en su oficio. Solo su aspecto denota una antigüedad considerable. El cuero está remachado por una decoración metálica en forma de serpiente que se enrosca sobre trisqueles, y se complica, cada vez más, hasta dar la vuelta al libro de modo que el cuerpo de la serpiente se une y forma un cierre con forma de cabeza de dragón.
La imagen que observa en una de las páginas del libro muestra a una mujer con el pecho recostado sobre una gran mesa de comedor, desnuda a excepción de unas sandalias. Un hombre la folla al tiempo que agarra sus caderas con fuerza. Él recuerda, y las imágenes que hay en su mente se mezclan con la escena que tiene delante de los ojos.
Mientras tanto, en la cama, Alba lee otra carta. Está escrita con la letra de otra mujer y parece describir una escena en la que los protagonistas eran Clara y su Señor.
Recuerdo la primera vez que vi a Clara, cómo llegó hasta la casa del Señor, sin conocerlo personalmente aunque conociéndolo más que a nadie después de haber hablado tanto. Yo estaba en el piso de arriba, y miraba por la ventana.
Llegó vestida con un vestido azul, de seda, que se abría de arriba abajo, con botones plateados. No era muy corto, el dobladillo de la falda tocaba apenas las rodillas y el escote era redondo, sin mangas. Su maquillaje era muy natural, y llevaba el pelo suelto, con los rizos cayendo sobre los hombros. Iba calzada con unas sandalias de tacón alto, azules también. No llevaba ropa interior, no la iba a necesitar. Todo su cuerpo podía sentir el roce de la seda; los pechos, las nalgas y el pubis afeitado sentían su caricia mientras caminaba hacia la puerta de la casa. Una puerta grande, de madera, con un pomo dorado, que se abrió suavemente al empujarla, como si le diera la bienvenida en silencio. Después, un pequeño cuarto donde no había nada más que una percha. Supo instintivamente qué hacía allí la percha, supo que tenía que dejar allí la ropa porque al otro lado tenía que pasar desnuda. Se quitó el vestido y lo colgó con cuidado. No tenía prisa, sabía que  sería lo que tuviera que ser, y se abandonó ya de entrada, entregándose y dejándose llevar antes de que nadie se lo exigiera. Estaba desnuda a excepción de las sandalias, y atravesó la puerta que separa la pequeña cámara del resto de la casa.
Era una casa vieja y grande, de paredes gruesas, con una sala enorme dividida por un gran arco en medio. Había pocos muebles, todos ellos antiguos y de aspecto pesado, una mesa grande, rectangular, dos sillas de las que antiguamente se utilizaban para parir, un aparador, y una banqueta. Las tres paredes del fondo, al otro lado del arco, estaban cubiertas con pesadas cortinas de terciopelo ocre, aunque la de la izquierda dejaba entrever el pie de una escalera.
No había nadie en la habitación pero pronto sintió ruido de pasos y voces en el piso de arriba, y pudo notar como alguien bajaba por la escalera. Se quedó inmóvil en el centro de la habitación, bajo el arco, esperando que el hombre llegase al piso de abajo. Sabía que era un hombre, al fin y al cabo eso era lo que había venido a buscar en este sitio.
Recuerdo el sonido de los zapatos del Señor mientras bajaba las escaleras, mientras yo atisbaba por un agujero y veía el cuerpo desnudo de Clara bajo el arco, con las manos en los riñones, la cabeza baja, un cuerpo que temblaba ligeramente, quizás por el aire fresco de la sala o quizás por los nervios y el deseo. Su cuerpo era hermoso, los largos rizos sobre los hombros y los pechos en forma de pera con los pezones duros. Una mujer con curvas, nada de un esqueleto andante, nalgas redondas con un culo respingón, como de mulata. Un culo precioso para azotar.
Se acercó hasta ella, y notó el calor que salía de su piel y su perfume, suave, delicado.
Veo que has sido obediente, —le dijo, mientras acariciaba su sexo depilado.
Primero rozó su clítoris y después, al sentir la humedad, se adentró en su sexo y jugó un rato con él, hasta que comenzó a rozar toda su piel y a pellizcar suavemente sus pezones hasta conseguir que emitiese los primeros y suaves gemidos.
Me encanta escucharte gemir putita. Dime, ¿a qué has venido?
A que me use, a darle placer, a entregarme.
— ¿Deseas que te enseñe, Clara?
Sí..., sí mi Señor, lo deseo… por favor.
¿Por favor qué, Clara?
Por favor, Señor, enséñeme a ser una buena sumisa, a ser su sumisa.
A eso, Clara, se le llama domar, como a una perra. ¿Deseas que te dome, Clara?
Sí, mi Señor.
Al decir estas palabras Clara enrojeció, sintió todo su cuerpo abierto, se sintió completamente humillada y excitada.
Sabes que serás azotada, ¿verdad, Clara? Que cada parte de tu cuerpo será mío y que te castigaré y te premiaré según lo crea conveniente…
Lo sé, Señor, lo entiendo, y espero que no tenga que castigarme.
No, Clara, estoy seguro de que tendré que castigarte y disfrutaré tanto de hacerlo y de corregirte como de follarte. Eres como una madera que necesita ser tallada, y la talla a veces necesita delicadeza y a menudo golpes secos y violentos.
Hubo una pausa mientras él daba vueltas lentamente alrededor de Clara.
Pon tu pecho sobre esa mesa, Clara.
Ella avanzó unos pasos y se puso delante de la mesa, apoyó su pecho y su vientre sobre ella, volviendo a poner sus manos cruzadas a la altura de los riñones.
Las piernas más abiertas.
Ella abrió las piernas tanto como pudo, sintiéndose ofrecida, deseando que él tomase posesión de su coño.
Fue entonces cuando comenzaron los azotes, primero con la mano, fuertes y espaciados, mientras le explicaba que quería que notase, entre azote y azote, el arder de su piel, y que quería que al sentirlo ofreciese aún más las nalgas a esos azotes. Hizo que ella contara en voz alta, uno a uno, los azotes y que se los agradeciera a continuación, también uno a uno. Luego los azotes fueron más seguidos que con la mano, con una pala de cuero ancha, dura y flexible, y los agradecimientos y los gemidos se confundían con el sonido de los azotes y con la voz de su Amo que le ordenaba y le exigía que levantase el culo para él.
Al final notó las manos de su Dueño que acariciaron sus nalgas enrojecidas, marcadas por la pala, mientras le decía lo mucho que le gustaba ver esa piel y ese coño encharcado.
Porque sí, perra, tu coño de niña buena chorrea y pide polla, ¿no notas como entran mis dedos en él? Sí, creo que podría meterte la mano entera y follarte con ella.
Clara no podía hablar, solo podía sentir. Lo que sentía era más de lo que nunca había esperado. Aquella voz la dominaba, su cuerpo estaba atado a la mesa sin ligaduras, solo con la voluntad y las palabras de aquel hombre que abría su coño y jugaba con los dedos en ese culo que pocas veces había sido follado.
Por favor…
¿Por favor qué, Clara?
Por favor Señor, fólleme, llene mi coño.
Sabes, Clara, —le dijo mientras pellizcaba su clítoris— te voy a enseñar a recitar, y no vas a parar de recitar tu mantra, y mientras lo hagas puede que te folle. Y ahora, repite conmigo: “Soy su perra, soy su puta, soy su zorra, soy su esclava, soy su coño encharcado…”
Mientras ella recitaba esas palabras, una y otra vez, con esfuerzo, entre jadeos, notó por vez primera como la polla de su Dueño la penetraba despacio y empezaba a moverse dentro de su coño. Él estuvo así, follándola lentamente, durante un buen rato. Entonces Clara se sorprendió a si misma diciendo:
Fólleme para su placer Señor, pase de mí, fólleme con fuerza.
Él la hizo callar con un azote en las nalgas.
¿De verdad crees que no lo estoy haciendo, zorra? Yo decido cómo te follo, yo decido cuándo te follo, y creo recordar que no te he dado orden de dejar de recitar.
Siguió follándola, a veces despacio, a veces de forma violenta, hasta que estalló dentro de ella, y la llenó de semen mientras disfrutaba de los gemidos de Clara.
Entonces hizo que se diese la vuelta y que se arrodillase para lamer y limpiar su polla, puso un collar en su cuello y la hizo incorporarse tirando de la argolla del collar hasta situarla al lado de una silla. Levantó el asiento de la silla. Era una de esas sillas que se utilizaban antiguamente para que las mujeres pariesen sentadas. En el asiento había un espacio abierto que, evidentemente, él pensaba utilizar para otros objetivos diferentes del de su diseño original. Hizo que Clara se sentase en la silla, con su coño sobre aquel agujero, ató sus pies a los pies de la silla y sus manos a los reposabrazos. Entonces le colocó unas ventosas en los pezones y la hizo gemir, mientras miraba sus pechos y notaba como esas ventosas comenzaban a vibrar y succionaban sus pezones. Después adornó los labios de su coño con unas pinzas y colgó de ellas unas pequeñas pesas que, a pesar de su reducido tamaño, bastaban para estirarlos y dejar a la vista su clítoris hinchado y excitado. Luego puso otra ventosa en su clítoris y encendió el botón que la hacía vibrar.
Ella gemía, estaba caliente, descontrolada, sentía que podría correrse en cualquier momento. Él la miraba y disfrutaba de lo que veía. Entonces sonrió y colocó en la boca de Clara una mordaza con una bola de goma, de las que se atan con unas cintas de cuero en la nuca. Luego, mientras ella respiraba a través de aquella bola, y dejaba caer pequeños surcos de saliva sobre sus pechos, le habló despacio.
Hay algo, Clara, que tienes que aprender. Tu placer es mío, tú te corres cuando y como yo digo. Sé que deseas correrte así atada, pero no lo vas a hacer, vas a aguantar todo lo que puedas, y cuando no puedas más vas a gemir bien alto y vas a mover esos pechos para mí. Entonces yo decidiré si te concedo o no tener placer.
Fue entonces cuando alzó la vista y levantó la voz:
Rosa, deja de mirar por ese agujero y baja aquí.
Recuerdo lo caliente que estaba yo mientras bajaba las escaleras, vestida con un vestido muy corto, sin ropa interior, con unos zapatos de tacón bien alto. Mi pelo cobrizo recogido en una cola. Me puse al lado del Señor, con la cabeza baja y las manos en la espalda y esperé.
¿Te gusta lo que ves, Rosa?
Me encanta Señor, es una mujer muy hermosa.
Clara no me quitaba los ojos de encima mientras el Señor acariciaba mis nalgas, desnudas bajo el vestido. En aquel momento le daba lo mismo cualquier cosa, solo intentaba controlarse y no estallar sin permiso. Era algo extraño, deseaba explotar, sentir el orgasmo, pero al mismo tiempo le aterraba la idea de decepcionarle. Entonces sintió que no podía más y gimió fuerte, haciendo caer más saliva sobre sus pechos, que movía con fuerza notando los pezones succionados.
Rosa, quítale las ventosas. Primero la del clítoris.
Él observaba atentamente cada uno de mis gestos.
Así, pero no lo toques. Ahora quita la de los pezones y lámelos y mordisquéalos. ¿No ves cómo le gusta? Juega con ellos.
Clara gemía a través de la mordaza mientras sentía como la sangre volvía a sus pezones y como mis labios y mis dientes jugaban con ellos.…
Quítale la mordaza. Limpia su cara con tu lengua. Bésala.
El Señor seguía observando a Clara, mientras yo le quitaba la mordaza y la besaba lentamente.
¿Estas caliente, Clara?
Sí..., mi Señor…
Rosa creo que Clara se merece unas lamiditas en su clítoris pero cuidado, que no se corra.
Entonces yo me puse a cuatro patas, me incliné hasta meter la cabeza debajo de la silla y empecé a lamer aquel clítoris que la ventosa había dejado increíblemente grande y sensible.
Y ahora Clara, tienes que aprender una lección y es la humildad. Rosa te va a lamer mientras yo diga y después parará de hacerlo y te vas a quedar ahí atada, sin correrte, el tiempo que yo desee. Te vas a convertir en parte del decorado, como la mesa, como un armario. Y…, Clara, cuidado con manchar mucho el suelo con lo que está cayendo de ese coño, porque después vas a tener que limpiarlo con tu lengua.
Clara gemía, todo su cuerpo estaba descontrolado y cada vez que le resultaba imposible evitar los espasmos de su vientre.
Basta ya, Rosa, ¡de rodillas!
Me puse de rodillas, con las piernas abiertas y las manos colocadas detrás de la nuca, exactamente como le gustaba verme a mi Señor, como él quería que me viera Clara.
Él se acercó a Clara, acarició su clítoris, la hizo gemir, la besó y le dijo:
Ahora mi putita va a ser una niña buena y se va a quedar aquí, va a pensar en todo lo que le ha pasado y va a mantener ese coño mojado para mí. Lo has hecho muy bien y estoy orgulloso de ti, pero Rosa ha sido muy buena y se merece también un premio, así que voy a usarla un poco mientras esperas.
Clara no dijo nada, sentía una profunda humillación al ver como él se marchaba al piso de arriba conmigo, pero al mismo tiempo sentía una entrega como la que nunca había sentido. Respiró profundamente, mientras sentía como se movían las pinzas, balanceándose con los pesos que colgaban de los labios de su coño. Se concentró en sentir el temblor de reloj acelerado de su clítoris, el dolor placentero de sus pezones, y pensó que iba a ser un día muy largo, pero que sucediese lo que sucediese no importaba nada. Estaba donde siempre había deseado estar.
Alba acariciaba su clítoris mientras leía estabas últimas palabras. Dejó la carta dentro de la mesita de noche y empezó a pellizcar sus pezones y su clítoris al imaginar lo que se sentiría al estar como aquella mujer. Se masturbó, lentamente primero y con más fuerza después, pero cuando estuvo a punto de correrse apartó la mano de su coño. Sintió la frustración de ese orgasmo impedido, pero al mismo tiempo se percato de lo caliente que estaba. Fue entonces cuando decidió que esa noche no se correría. Se echó boca abajo en la cama, desnuda, frotó sus pechos y su coño contra la cama e imaginó que no podía tener placer porque al Señor no le apetecía que lo tuviese, y entonces decidió que solo se correría cuando Clara lo hiciese en otra carta.
Tardó mucho tiempo en dormirse, pero cuando lo hizo era plenamente consciente de que al día siguiente amanecería encharcada y caliente.

sábado, 19 de mayo de 2012

Aprende


Ella aprende la espera, el silencio, la reflexión... y aprende esas cosas a través de ellas mismas. Las siente como un regalo que se le hace y como un regalo que ella le hace a su Señor. Siente las enseñanzas como un regalo y a la vez le regala su aprendizaje. Quizá siempre debería ser así, quizá esa sea la esencia de la educación.
Sé que muchas veces siente impaciencia, inseguridad, que algo dentro de ella necesita una palabra, un gesto, algo que le indique que lo esta haciendo bien, que cada vez soy más como yo deseo que sea, que realmente es más ella misma y más mía con cada día que pasa. Pero mientras siente esa inseguridad y esa impaciencia está aprendiendo la espera, la paciencia.

viernes, 18 de mayo de 2012

Ella siente


Ella siente la necesidad de entregarse a su Señor, una confianza ciega en él, un morirse de ganas de ser como él quiere que sea, de complacerle y de darle placer. El mejor regalo es el escucharle decir que está contento con ella, hacerle sentir que valora su entrega y que eso le complace.
Y eso a veces le da miedo... por una parte quiere llegar a ser la mejor perra del mundo para él, y por otra parte no quiere que llegue ese día, quizá porque posiblemente, como en tantas otras cosas en la vida, lo que importa no es llegar, sino el camino que se hace hasta llegar

jueves, 17 de mayo de 2012

Al principio


Al principio los sentimientos son más intensos. Es el momento de las dudas. ¿Por qué me gusta esto? ¿Soy normal? ¿Es normal que me gusten que te aten y me azoten? ¿Por qué me excita que me hable así?
Es el tiempo de la timidez y de la vergüenza, pero también es el tiempo del deseo más intenso, el momento de la primera entrega, el deseo de los primeros azotes, el deseo de ser usada como le plazca.
Es el tiempo de descubrir la deliciosa sensación de la mezcla del placer y del dolor. Y también es el momento de gozar, de sentir la entrega, de notar el poder del Amo sobre ti, de desear que esas cuerdas se aten con más fuerza.
Es el tiempo de notar que cada día él conoce cada vez más su cuerpo y su mente, que cada vez sabe provocar con más intensidad las reacciones que quiere y le resulta más fácil llevarla donde quiere.
Es el tiempo de entender y asimilar que es esas cosas que hacen que sienta vergüenza a él le dan placer y que eso hace que la vergüenza no sólo sea soportable sino que encima se convierta en excitación.
Es el tiempo de aceptar que no puede volver a hacer determinadas cosas sin permiso, de disfrutar de tener ganas de hacerlas y excitarse y sentirse bien al saber que no las hace por que no tiene permiso.
Es el tiempo de saber que puede ser castigada y que si lo es será porque él lo considera adecuado y aceptarlo porque así debe ser.
Es el momento de las maravillosas contradicciones. Es el tiempo de dejarse llevar, de confiar y disfrutar de ser suya.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Placer



Uno de los placeres de la Dominación es deleitarse con la excitación de la sumisa. Llevarla, poco a poco, sin prisas, hasta ese punto en el que no piensa nada más que en el placer, que no desea más que ser usada sin contemplaciones, que vendada busca con ansia la piel de su Dueño. En esos momentos ver como se mueve con dificultad, como jadea y escuchar como gime, cuando halla lo que busca, es un juego delicioso. En esos momentos el Dominante usa la mente de su sumisa, la lleva a un punto en el que su deseo animal sobrepasa la humillación, la vergüenza y se convierte en orgullo de ser sumisa, en deseo de entregarse y dar más placer, de sentirse aún más en la mano de su Señor.

Dos



Dos cuerpos en su imperfección perfectos, dos mujeres reales, no cuerpos famélicos ni portadas de revistas, dos sumisas, dos seres que se entregan y esperan humilladas unas manos que azotan y acarician. Dos sexos empapados que desean ser usados. Dos mentes que sienten la espera, mientras escuchan la respiración de la otra. Dos mujeres que se conocen o quizás no; dos cabezas ocultas con sus ojos vendados: no se les permite conocer, solo sentir y ser la puta de su Señor.

martes, 15 de mayo de 2012

Ser



            —Has nacido para servirme —le dije mirando sus ojos inquietos.
            Una frase rotunda, absurda en cualquier otra situación, pero que cobró sentido en la entrega que vi en su mirada.
            —Cada hombre que has tenido, cada polla que te ha follado, cada mano que te azotaba te preparaban para mi, porque siempre has sido mía. Eras mía cuando me buscabas sin conocerme, eras mía, también, cuando no sabías lo que eras y para lo que habías nacido.
            Las frases penetraron en su mente, su cara se excitó, sus ojos azorados se inclinaron, su respiración se aceleraba.
            —¿Qué eres? Recita para mí —le dije mientras pellizcaba con fuerza sus pezones.
            —Soy su perra, soy su puta, soy su zorra, soy su esclava —repetía ella como un mantra, una y otra vez.
            —A tu posición —le dije, mientras disfrutaba de ver como me ofrecía sus nalgas y su sexo.
—Soy su perra, soy su puta, soy su zorra, he nacido para servirle —repetía ella, sin parar, mientras la usaba…

lunes, 14 de mayo de 2012

Paciente espera



Atada, delante de mí, como una estatua griega, un escorzo forzado, inmóvil como un armario, como una mesa, ella es parte del mobiliario y paciente espera. Paciente anhela el rozar de una mano, una palabra, una orden, inmóvil, tensa y tranquila, ella espera.
Sabe que disfruto de estar presente y  de marcharme, de que sienta mi ausencia. Sabe el placer que me da ignorarla y el que me da quemar su piel con mi mirada.
Su excitación es pausada, como lo es su entrega. No puede hablar, no puede moverse, ella es solo un juguete que paciente espera.

domingo, 13 de mayo de 2012

Vergüenza

Si hay algo delicioso en una sumisa es la vergüenza. Por muchos años que pasen notar esa sensación de sonrojo en una situación mil veces vivida. Sentir el deseo de obedecer, de ofrecerse, de ser usada y al mismo tiempo notar la humillación y la vergüenza.
Verla así, excitada, empapada sin querer y sin poder evitarlo, con el rubor en su cara y el deseo de sentir más, es un placer difícil de explicar con palabras. Ese rubor es una pequeña joya que me produce un placer tan intenso que me gustaría que ese instante se mantuviese durante horas. Un profundo placer que se que es compartido, una dulce contradicción que ella creó sola y que me gusta cultivar y hacer crecer cada día. Me gusta sembrar ideas y sensaciones en su mente y mantenerlas vivas, para disfrutarlas solos o para compartirlas, haciendo que su vergüenza y nuestro placer sean mayores, como lo es su entrega cada día.

sábado, 12 de mayo de 2012

Opinión de una lectora

Os dejo con las palabras de una lectora a la que tengo que agradecer su amabilidad por darme su opinión sobre la novela Caminos de sumisión.

"Este libro demuestra el verdadero espíritu de una sumisa, cuando empecé a leerlo no pude dejar para después el final, estuve 5 horas seguidas en mi ordenador leyendo esta historia que le surge a Alba de la nada… (protagonista principal del libro) creo…… Es un libro que cuando acabas de leerlo te das cuenta que el escritor se ha preocupado en no dejar cabos sueltos….. es una obra completa….
Yo os animo a todos/as. a que leáis este libro porque mas que digno de comentar es digno de leer….
No se si este autor es mucho o poco conocido, en cualquier caso, es el primer libro de esta temática que al leerlo me ha excitado cerebralmente…….. Felicidades a su Autor…..
Atenta y respetuosamente, moly An"

Muchas gracias moly An. No sabes la alegría que me da el saber que la novela te haya gustado.

Dentro de su mente



Considero que para educar a su sumisa el Amo tiene que conocerla de forma tan íntima cuanto sea humanamente posible. Conocer sus recuerdos, sus deseos, saber lo que piensa, lo que teme. Ese conocimiento es la base para poder saber el ritmo con que educarla y poder estirar de la cuerda y tensarla sin que se rompa. Solo conociéndola así disfruto plenamente de su educación y de cada íntimo momento por pequeño que sea.
Pero muchas veces me gustaría lo imposible, me gustaría estar dentro de ella mientras la uso, saber lo que siente en ese mismo momento en el que la penetro y noto su humedad, saber lo que siente mientras juego con ella, mientras la azoto, mientras simplemente espera a que le de una orden o mientras está absolutamente excitada y lo único que existe para ella son su excitación y mis palabras.
Se que es imposible, pero creo que sería delicioso poder notar cada uno de sus sentimientos y poder así guiarla aún más y tirar aún más de ella.
Se que es imposible, pero no renuncio a acercarme a la perfección. Por eso quiero conocerla cada día más para disfrutar de domarla para mi placer.

viernes, 11 de mayo de 2012

Recuerdo



Hoy el sol entra en casa con fuerza. Por alguna razón ha venido a mi mente una imagen, un recuerdo de un viejo apartamento. Yo estaba sentado delante del ordenador, ella estaba desnuda, echada en el suelo, boca abajo a mis pies, esperando a que acabase con lo que estaba haciendo o a que le diese una orden. El sol entraba por la cristalera y calentaba su piel. Hacía poco que la había tenido en la terraza, a cuatro patas, al sol, oculta en realidad de cualquier mirada, pero expuesta e indefensa dentro de su mente. 
Después la hice entrar gateando detrás de mi en la habitación.

—Échate boca abajo, sobre las baldosas —le dije

Mientras miraba la pantalla sabía que su piel se refrescaba con las baldosas y que su interior se incendiaba cada vez más, humillada así ante mí, que deseaba que tirase de ella y la usase para mí placer.
Recuerdo que en ese momento decidí, que me apetecía mucho azotarla y follarla, pero que me apetecía mucho más salir a tomar un café a algún sitio bonito y llevarla a mi lado, atada debajo de la ropa, sintiendo el apretar de una cuerda en su sexo, metiéndose en sus nalgas. Vestida por fuera como una dama y sintiéndose mi puta por dentro.
Hoy el sol entra en casa en este atardecer y con él ha traído un viejo recuerdo.

jueves, 10 de mayo de 2012

Cuerpo y mente


Decido que quiero que se prepare para mí. Sería fácil decirle que se desnudase y que adoptase su posición, pero no es ese mi objetivo. Quiero que piense, quiero que sienta cada instante de su preparación. Las órdenes son sencillas, darse un baño, peinarse y maquillarse para mí. Después esperar a que yo llegue. No me apetece estar en casa mientras se prepara, prefiero ir a tomar algo mientras leo el periódico o observo como las olas llegan de forma casi imperceptible a la playa.
Se que se está relajando dentro del agua caliente, pero también se que su mente no está quieta, pensando en como prepararse. Se que cuando salga del baño se dará cuenta de que su sexo está empapado y notará su excitación mayor mientras se prepara.
Disfruto de beber esta cerveza, rodeado de gente y aislado en esta burbuja interior en la que paladeo los minutos sabiendo lo que me voy a encontrar al entrar en casa. Dejo que pase el tiempo. Sé que ya está preparada, pero quiero que se ponga más nerviosa y más excitada. Cuando acabo la bebida me levanto, voy despacio camino de casa y disfruto de imaginarla, peinada como si fuese a una cena y con un delicioso toque gótico en forma de pintura de labios y de ojos de color negro. Me gusta ver sus pezones también negros, como puntos que se ofrecen a mis deseos.
Por fin abro la puerta, ella está de pie, con las manos en la espalda. Me quedo contemplando su figura. Lleva zapatos de tacón y medias negras. Su pubis está perfectamente rasurado. El corsé, también negro, deja ver sus pechos y sus pezones oscurecidos por el maquillaje. Entre sus piernas puedo ver como cuelga su cola de perra que pende del plug que ha metido en su culo. Cuando me acerco noto como tiembla ligeramente y como ese temblor es mayor cuando mi dedo roza su costado. Su cabeza inclinada deja caer entre sus pechos las tiras de cuero del gato que aprisiona con sus dientes.
Su coño está hinchado y excitado, húmedo y caliente. La espera ha merecido la pena, su cuerpo está preparado y ansioso, su mente esta abierta, expectante y encharcada.
Tomo el gato en mis manos y dejo que su lengua lama mi piel. Es hora de decorar su cuerpo con las deliciosas marcas de los azotes. Rojo y negro. Mi perra está preparada. Cuerpo y mente.

Reseña de Caminos de sumisión

"Un libro ameno, muy interesante, incluso para personas que se encuentren en los inicios de "este maravilloso mundo". Una buena novela que describe muy bien los sentimientos y deseos dentro del D/s.
Muy recomendable. Se vende en formato e-book a un precio muy económico"

miércoles, 9 de mayo de 2012

Castigo y placer



La azoto, fuerte, la fusta marca sus nalgas, su cuerpo recostado con los pechos sobre la mesa se mueve ligeramente con cada azote. Hoy no es un juego, hoy es un castigo, ella sabe que tiene que ser castigada, lo teme y lo desea. Se que le excita sentir mi poder sobre ella y se también que desear expiar su error. Los azotes son secos, rápidos, interminables,  no quiero que disfrute, hoy quiero ver sus lágrimas cayendo por su cara y admirar sus nalgas calientes y marcadas. Su cuerpo se estremece, gime y llora.
Paro de azotarla, mis manos disfrutan de rozar las marcas sobre su piel. Hago que se levante, le explico lentamente en que se ha equivocado, le duele más la reprimenda de unas palabras suaves y firmes, como las que se le dicen a un niño al que se le ha pillado en un renuncio, que los azotes recibidos. Se que está humillada por las palabras, avergonzada por su error, no me hace falta meter mi mano entre sus piernas para saber que está empapada. El castigo no puede existir sin explicación y sin comprensión por parte del castigado. Mis manos pellizcan sus pezones con fuerza mientras se disculpa y me dice que no volverá a pasar. Se que siente cada palabra que pronuncia.
Sonrío, ahora todo vuelve a su cauce, levanto su barbilla con la mano y nuestras miradas se cruzan. Puedo ver la adoración en sus ojos y mientras juego con mis dedos en su clítoris tembloroso, le digo:

—Ahora vamos a disfrutar los dos ¿Qué tal unos azotes?

Ella sonríe, conozco esa cara de perra en celo. Se coloca de nuevo sobre la mesa y ofrece una vez más sus nalgas a mis caprichos.

martes, 8 de mayo de 2012

Dulce humillación



Me encanta esta foto por lo que imagino a verla. Me encanta cuando una sumisa está excitada y descontrolada. En ese momento me gusta hacer que hable cuando más le cuesta hacerlo. Me gusta que me diga como se siente, que me diga lo que es. No por que yo no lo sepa, si no porque deseo que se excite y se humille más al decirlo, por que deseo tenerla aún más excitada, hasta que ya casi no pueda hablar. Entonces, cuando piensa que no puede más, cuando cree que es incapaz de pronunciar una sola palabra, me gusta tirar aún más de la cuerda y hacer que hable de nuevo mientras juego con su cuerpo. Conseguir que se concentre en sus palabras y en las mías,  en su excitación, en controlarse, y cuando ya está a punto, en el momento en el que yo desee preguntarle si desea correrse.

—Yo deseo lo que desee mi Señor  —me responde.
—Entonces frótate contra lo que quieras hasta que estés a punto de correrte, solo así te correrás.

Me encanta ver su cara de placer y de humillación mientras se frota delante de mi. Veo como cada vez está más excitada.

—Por favor…
—Por favor, que?
—¿Por favor, Señor, deja que esta perra se corra?

Ese instante, ese delicioso instante, unos segundos apenas de espera mientras decido, esa deliciosa humillación que veo en su cara inclinada mientras gime.

—Córrete para mí.

Y entonces la explosión, la humillación que deja paso al placer y después a la dulce vergüenza de haberse corrido frotándose delante de su Dueño.