Las dos mujeres
pasearon un rato hasta una parada de taxis. En el taxi fueron en silencio. El
taxista quería meter conversación a toda costa. Ella le preguntó si sabía si en
aquella zona había alguna tienda de animales.
—Hay una cerca,
tendremos que desviarnos un poco ¿quiere que las lleve?
—Sí, si es tan amable,
necesito comprar un collar para una perra.
Ana se sonrojó
consciente de que esa perra era ella y pensó que tenía que controlarse o él
taxista podría llegar a saberlo todo.
Era una preocupación
inútil, el taxista se dedicó a hablar con Alba y contarle cuantos los perros
tenía.
— ¿Usted tiene solo esa perra?
—No, también tengo un
perro, pero ese está muy bien entrenado. La perra en cambio es una cachorrita y
necesita que la enseñen.
—Disciplina, señorita,
siga mi consejo, los perros necesitan disciplina y saber quien manda. Si la
perra esa que tiene no es sumisa por naturaleza tendrá que imponerse con ella
ahora que es joven, porque si no después será mucho más difícil de controlar.
—No se preocupe,
seguiré su consejo, de todas formas me parece a mí que es bien sumisa. Pero
está bien saberlo.
— ¿No la tiene hace
mucho?
—Pues en realidad me la
han entregado hoy.
—Huy, pues disfrute,
porque cuando son cachorros es cuando mas se disfruta.
—Si, dígamelo a mí…
Ana se quería morir al
oír aquella conversación y notaba como los jugos de su sexo afloraban entre sus
labios.
Por Dios, que no manche
el vestido, pensó.
(Extracto de Caminos de sumisión)
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